COLUMNA CULTURAL: El lado negro

Por Carlos Mertens*
Algo lejano ha quedado el relato policial clásico –principalmente inglés– ese de investigación minuciosa, el de la lupa, la intuición y la sagacidad. Por supuesto que guarda obras excepcionales, pero los tiempos van cambiando y el género policial también, lo ha hecho cuando no inclusive, se ha adelantado a esas variaciones de la sociedad.
¿De dónde partir entonces? Por ejemplo, la inseguridad así a secas es nada, si no se la integra en el escenario de que aumenta en la misma proporción en que aumenta la distancia entre los muy ricos y los más pobres.
Carlos Marx escribió sobre un antecedente de este género literario: Los misterios de París de Eugène Sue, una novela por entregas que se comenzó a publicar en 1842, sobre el submundo y la delincuencia en la capital francesa. Marx define al delito como una rama más de la producción material, que promueve el avance de las fuerzas productivas, a la vez que rompe la monotonía y altera la vida burguesa.
Bastante tiempo después el filósofo e historiador Tzvetan Teodorov (1939-2017) dice que “el crimen es el espejo de la sociedad, esto es, la sociedad es vista desde el crimen”.
El escritor argentino Ricardo Piglia plantea que, en sentido estricto no hay continuidad entre el policial clásico y la actual novela negra ya que ésta no descifra solamente los misterios de la trama, sino que encuentra y descubre a cada paso la determinación de las relaciones sociales.
El economista y político de izquierda Ernest Mandel en su libro Crimen delicioso. Historia social del relato policíaco establece una relación necesaria entre las transformaciones del capitalismo y las formas que expresa el policial, aunque manifiesta que este género literario es una distracción y satisfacción pasatista.
¿Fecha de nacimiento del policial negro?, seguramente allá por los años de la Gran Depresión y la Ley Seca en EE.UU. Comienzan a descollar autores que en sus obras dejan de lado la lógica, el razonamiento para descubrir la verdad. Se alejan del misterio, los espacios cerrados y un investigador presentado por sus valores morales altos, para cambiar por más violencia, más armas, escenarios amplios como pueden ser la calle, establecimientos públicos, bares, bajos fondos y detectives contradictorios. En esas décadas de desarrollo del género negro, fue un campo minado por escritores varones y por empresas editoriales que no tomaban en cuenta a las mujeres, entonces constituyó una ardua faena de las escritoras poder abrirse camino. Algunas de ellas: la precursora Patricia Highsmith (E.U.), luego Ana María Maqueo (Mex), Dolores Redondo (Esp), Jane Arper (R.U.), Camilla Lackberg (Sue), Donna León (E.U.), Liliana Escliar (Arg).
Actualmente la narrativa negra se ha expandido por todo el mundo, ninguna frontera la ha detenido y se sumerge en casi todos los temas: políticos, económicos, de corrupción, científicos, medioambientales, sindicales, judiciales y sociales, sea desde la ficción o basada en hechos reales o alegóricos, sigue creciendo.

A continuación, tres autores de diferentes épocas y latitudes.

Por unos míseros dólares.
El escenario: Estados Unidos década de1930, caída estrepitosa de la Bolsa de Valores de Nueva York, el comercio exterior decrece 50%, miseria, 35 millones de desocupados. Horace McCoy (1897-1955) periodista y escritor, relata de forma magistral este contexto en su novela policial ¿Acaso no matan a los caballos? Trata en las cercanías de Hollywood sobre parejas que se inscriben en maratones de baile hasta casi desfallecer, así pasan días durmiendo sobre los hombros del otro o de la otra, casi sin alimentarse. Todo es transmitido por locutores con micrófonos y cámaras entre carcajadas y gritos como si relataran un partido de fútbol y no el cuadro espeluznante de esa penuria humana. El tratamiento narrativo que hace Horace McCoy es admirable por su contundencia, los momentos más lentos, los más fugaces, los diálogos cortantes por el agotamiento en las pistas de baile. Después, la muerte y el crimen.
“Íbamos rápido, y la sirena sonaba. Era la misma sirena que usaban para despertarnos en la maratón de baile.
-Por qué la mataste -me preguntó el policía que iba a mi lado.
-Ella me lo pidió -dije.
-¿Escuchaste eso, Ben?
-Mirá que hijo de puta tan amable -dijo Ben por encima del hombro.
-¿Es la única razón que tenés?
-¿Acaso no matan a los caballos? -respondió.”

Heroína vengadora.
Después de la II guerra mundial, Suecia trataba de erigirse como el país del bienestar, los gobiernos de la socialdemocracia promovían la imagen de una nación casi perfecta, no existían conflictos sociales graves, los inmigrantes eran escasos, el sistema educativo conocido por ser de alta calidad, gratuito y obligatorio para niños entre 6 y 15 años. Ese paraíso como se lo presentaba casi no existió y de a poco fue mostrando su verdadera cara. Los hechos de violencia y la mortalidad por utilización de armas en la sociedad civil crecieron a niveles alarmantes, el país nórdico pasó en el contexto de la Unión Europea del puesto 18° al 2°. El primer ministro Olof Palme en 1986 fue ejecutado en una calle de Estocolmo con un tiro en la espalda, el homicidio nunca se resolvió. Se hicieron más visibles grupos neonazis, se deterioró la distribución del ingreso, existen personas en situación de calle y hoy los inmigrantes son el 20% de la población total, muchos de ellos viviendo en precarias casillas rodantes o conformando guetos en los suburbios de las ciudades principales.
En este contexto el sueco Stieg Larsson escribió la extensa trilogía policial de Millennium. Larsson (1954-2004) fue lavaplatos en diferentes restaurantes, periodista, escritor, pacifista y feminista; durante dos décadas militó en la Liga Comunista de Trabajadores de la IV Internacional del Secretariado Unificado.
Lisbeth Salander la protagonista principal es hacker, joven investigadora privada, la obsesionan situaciones como la violencia contra las mujeres, rastros del nazismo ocultos en la sociedad sueca; para luchar contra eso maneja a la perfección recursos tecnológicos como la computación, algoritmos, inteligencia artificial, además de lucha libre, boxeo, armas y tiene una sexualidad algo indefinida.
Tiene 25 años y Larsson le atribuye a su heroína Lisbeth el Síndrome de Asperger, un trastorno del desarrollo neurológico según el cual las personas que lo tienen presentan habilidades especiales en áreas que son restringidas para otros hombres o mujeres, tienen niveles de inteligencia superior a la media, a la par que los afectados por este síndrome como es el caso de Salander sufren una especie de obcecación emocional y les resulta difícil sentir empatía por personas de su entorno.
“No entiendo por qué los hombres siempre documentan sus perversiones. No hay inocentes, sólo distintos grados de responsabilidad.”
“En algún sitio había gato encerrado y a Lisbeth Salander le encantaba soltar a los gatos encerrados. Además, no tenía nada mejor que hacer.”1

Un detective porteño.
Mariani, así nomás, Mariani a secas sin nombre. Es detective como puede; en general se dedica a buscar personas que aparecen en anuncios de la Policía Federal u otra institución generalmente en carteles o monitores del Aeroparque o la terminal de ómnibus de Buenos Aires, a veces tiene éxito, otras terminan en rotundo fracaso. Su vida anodina, pueril, vive en la casa de dos tías casi octogenarias que lo adoran y se preocupan por él. Se desconoce si tiene algún contacto con otras mujeres. Todo es de este modo hasta que Mariani se ve involucrado en la investigación de dos asesinatos y dos muertes dudosas. Precisamente estos cuatro casos son los que conforman la zaga que –perfectamente se pueden leer por separado– de Balada del Bar Británico escrita por Martín Malharro.
Malharro (1952-2015) nacido en Bell Ville Córdoba, pero porteño irreductible fue periodista, escritor y profesor en Comunicación Social de la Facultad de Periodismo de la UNLP.
“El Peugeot gris dobló despacio la esquina y avanzó lentamente como un tiburón buscando una víctima. Se corrió el techo superior y asomó una cabeza empuñando una escopeta, pajeó la Ihtaca, hizo entrar en la recámara un cartucho de calibre 12-70, apuntó calmadamente a la puerta y disparó el primer cartucho.”
Suele decirse que el policial negro a menudo presenta una visión pesimista de la sociedad. No es cierto o al menos es una visión sesgada, lo que hace es meterse a fondo en el mundo de hoy, en la economía de mercado con su compleja trama de intereses, poder, crisis recurrentes y explotación, cuestionando las estructuras de poder, las desigualdades y la justicia para un solo lado. El prolífico escritor irlandés John Connolly en su novela policial El invierno del lobo dice en la voz de uno de los protagonistas: “Ser indigente es un trabajo a jornada completa. Ya tienen un empleo, y ese empleo es la supervivencia”.
Carlos Mertens
Autor de “Un crimen cualquiera” y “La celda blanca” entre otras publicaciones

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