COLUMNA CULTURAL: Horizonte oscuro

Ciertos críticos literarios coinciden en que la Academia Sueca ignoró palmariamente a James G. Ballard y a Jorge L. Borges para el premio Nobel de literatura. Los dos se conocieron en un viaje fortuito del argentino a Londres en 1970. Fue un encuentro aislado, el inglés tomando cerveza y Borges un té, al menos así lo muestra la única fotografía del encuentro. Ambos escritores pertenecían a géneros literarios muy diferentes.
Ballard (1930-2009) más conocido como escritor de ciencia ficción, aunque su obra es más amplia, escribió entre otras grandes novelas El mundo sumergido (1963), La sequía (1965), Crash (1973), Rascacielos (1975). El escenario es posindustrial, preapocalíptico, naturaleza desolada, colapsos climáticos y una la tecnología que termina siendo descontrolada por el ser humano. El sistema económico y social colapsa y se produce el caos: el deshielo puede convertir a Londres en una suerte de involuntaria ciudad de clima tropical, edificios que son un horno o la basura industrial que modifica el ciclo de evaporación y precipitaciones y la Tierra se convierte en un gigantesco Sahara.
“En cierto modo la vida en el rascacielos empezaba a parecerse al mundo exterior: la misma crueldad implacable enmascarada por una serie de convenciones corteses…Estamos construyendo cárceles en el mundo entero y las llamamos urbanizaciones de lujo.”(1)
En tiempos más cercanos -década de 1980- ya en cine, la saga Mad Max también los ambientes son siniestros: el mundo nuevamente se transforma en un páramo desértico, causando la desintegración de la sociedad y dejando a las poblaciones luchando por los escasos recursos que quedan. El germen de esos colapsos es representado de diversas formas, desde una crisis energética, una guerra nuclear hasta un virus contagioso como un conjunto de factores que llevan al fin del progreso.
Asistimos -y ya no es novela ni literatura- a una agresividad del capitalismo y su razón económica que es la economía de mercado en que no puede expandirse sin destrozar, vulnerar el medio ambiente, los climas, flora y fauna y a la propia población.
Karl Marx describió cómo el capitalismo, en su búsqueda de acumulación ilimitada, tiende a agotar los recursos naturales, lo que él llamó fractura metabólica, al romper el ciclo natural de retorno de nutrientes al suelo. Su análisis se enfoca en cómo este sistema explota la naturaleza como una fuente ilimitada de materia para la producción, ignorando sus límites y destruyendo la relación amigable entre la sociedad y el medio ambiente.
La Convención de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (COP) se reúne anual e inútilmente. La última número 29, se realizó en Azerbaiyán el año pasado; venía de arrastre la discusión sobre la ayuda económica a países en “vías de desarrollo” para reformar industrias a no contaminantes, tratamiento de residuos y líquidos cloacales, forestación etc. El cálculo daba más de un billón de dólares de ayuda, las naciones desarrolladas y organismos financieros propusieron 300 mil millones de dólares a 2035 en financiación climática. La mayoría calificaron al acuerdo de “insulto” y ahí se acabó todo, -Chau -dijeron algunos -nos vemos en la próxima en Belén 2025, Brasil.
La gran industria y la agricultura industrialmente explotada y monocultivos en escala desorbitante operan en forma conjunta influyendo directamente sobre el cambio climático. Un botón vale de muestra, Finlandia una nación progresista y democrática, defensora de la naturaleza -se dice- estableció tres pasteras de celulosa para fabricar papel (de mayores dimensiones que las argentinas Papel Prensa y Arauco), en Uruguay, (acordarse de las marchas multitudinarias en Gualeguaychú), miles de hectáreas con monocultivo de pino y eucalipto y deshechos que son arrojados (con tratamiento argumentan) al rio Uruguay y al Rio Negro. La basura en casa no dijeron los jerarcas finlandeses y se la mandaron a la Banda Oriental.
Con la crisis ambiental creciendo a ojos vista en las últimas décadas, gran parte de los ricos y administradores del capitalismo asumieron un discurso engañoso basado en el desarrollo sostenible dentro del propio sistema. Falsedad increíble; como decían Marx y Engels, las técnicas y formas de industrialización no son neutrales, tienen un carácter de clase.
Las olas de calor, sequías y soberanas inundaciones que marcaron este verano de 2025 acarrearon 50.400 millones de dólares en pérdidas para la economía europea (2). España, Francia e Italia figuran como los países más afectados, cada uno hace frente a pérdidas superiores a 11.700 millones. Estas cifras son en base a los estudios de la Dra. en economía Sehrish Usman (3) y de dos investigadores del Banco Central Europeo (BCE) y se apoyan tanto en datos meteorológicos, como en modelos económicos de estimación por daños causados cada vez más frecuentes e intensos, debido al cambio climático. Esto solo referido al primer mundo, imaginemos las cifras correspondientes al tercer mundo que sufren las mismas catástrofes, hambrunas, muertes y con menos recursos.
Los cultores del “capitalismo verde” pretenden mitigar los síntomas del capitalismo, el ya visto calentamiento global, la extinción de especies, la destrucción de ecosistemas, sin cambiar el modelo de acumulación, consumo y explotación que ha causado la crisis climática. Es una solución ficticia, el ensueño de cambiar todo sin cambiar nada.
Más de la mitad de la población mundial reside actualmente en zonas urbanas, una tasa que se prevé alcance el 70 % en 2050. Aproximadamente 1100 millones de personas viven actualmente en barrios marginales, o en condiciones similares en las grandes ciudades y se espera que en los próximos 30 años haya 2000 millones más. Argentina y especialmente la ciudad de Buenos Aires no escapa a este rumbo, el último censo del gobierno porteño marcó un aumento de las personas en situación de calle del 27% respecto de un año atrás (2024).
Se produce entonces como un calco de lo que imaginó J. G. Ballard hace más de sesenta años.
El presidente Javier Milei firmó un decreto el pasado 29 de septiembre que permite la entrada de un contingente naval y militar estadounidense a territorio argentino. El documento señala que el objetivo de la autorización es la participación de tropas del país norteamericano en la denominada Operación Tridente, "a llevarse a cabo en territorio argentino, en las bases navales de Mar del Plata, Ushuaia y Puerto Belgrano y en los espacios destinados para instrucción militar, marítimos y terrestres. Aunque según la Constitución Argentina, una medida como esta requeriría de previa autorización legislativa. A todas luces es un ejercicio con claras implicancias geopolíticas por el valor estratégico y productivo del Mar Argentino y la Patagonia. Washington buscará acceso a la extracción de tierras raras, litios, uranio y otras explotaciones. Esa interminable estepa central patagónica otrora despreciada por la oligarquía ganadera y la burguesía, hoy tiene un valor fenomenal.
El planeta desde que constituía el Pangea como único supercontinente tuvo instancias catastróficas como la formación de los mares, desplazamiento de territorios inmensos, fuerte actividad volcánica, extinción de especies como dinosaurios y anfibios, mutación de otras, pero era innato a la propia evolución de la Tierra, hoy la historia es radicalmente diferente por las razones ya explicadas. Estamos en el amanecer del siglo XXI, algo así como las 6 de la mañana de un día cualquiera, urge tomar conciencia individual, pero sobre todo colectiva y movilizarse para que podamos gozar de la tarde y de un agradable anochecer.
Somos tiempo, somos memoria somos lucha, para desembarazarnos de la explotación y depredación capitalista.

(1) Ballard, Rascacielos.
(2) A modo de comparación: el doble del último salvataje swap de EE.UU. a Argentina.
(3) Universidad alemana de Mannheim.

Carlos Mertens
Autor de “La puna rebelde” y “Crónica de una guerra” entre otras publicaciones

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