Organizar la pelea de fondo CONTRA TRUMP, MILEI Y LAS PATRONALES
El ataque a Venezuela parece inminente, y América Latina está –por primera vez en mucho tiempo– a las puertas de una guerra. El más grande portaaviones de la flota norteamericana (y del mundo) se dirige a las costas del Caribe, rodeando también a Colombia y Brasil.
Es un salto de calidad de Trump sobre el continente, y Argentina es parte del paquete. Forzó una hipoteca con forma de “préstamo”, billonaria en dólares, a cambio de anexar prácticamente al país para acceder a los minerales críticos que abastecerán a sus empresas, principalmente a su industria de guerra, la que prepara con China en el Pacífico.
El país fue virtualmente tomado por el Tesoro norteamericano y el Fondo Monetario Internacional. Dos o tres funcionarios yanquis dirigen hoy la economía argentina, se reúnen con los gobernadores y planifican el desembarco de marines para diversas operaciones... El mundo cambió, y no sirve fingir demencia.
Las elecciones expresaron parte de ese escenario antidemocrático global, del que el gobierno y las patronales se valen para apurar las reformas antipopulares (laboral, previsional, impositiva, represiva) antes que el humo del 40% se disipe y vuelva a verse el raquítico régimen político con el que gobiernan: de 36 millones de personas habilitadas para votar lo hicieron solo 22, es decir, una auténtica primer minoría de 13 millones de personas, dieron la espalda a todo; el 26%, entre temerosa y convencida decidió apagar fuego con nafta y votó al gobierno (aliado al PRO), y el peronismo en total arañó el 22% de votos. Todo es ilegítimo, por donde se lo mire.
El aparato comunicacional del poder opera para ocultar esta estafa, pero nadie por fuera de él lo denuncia, dado que, de izquierda a centro implica reconocer su propia falta de representatividad e interés entre las mayorías. Los pálidos discursos de campaña ilustran este desprendimiento. El peronismo llamó a “frenar a Milei” (cómo, cuándo, dónde, preguntaban todos) y la izquierda propuso hacerlo “metiendo diputados obreros”. Pero ¿A quién le hablaron? El viejo slogan “la gente no llega a fin de mes” perdió sentido hace tiempo en Argentina, desde que toda la estructura económico/social entró en un proceso de precarización que continúa. Así, sin trabajo estable ni sueldo fijo, y relegando derechos elementales es como se viene “llegando a fin de mes” en el mismo país con cuatro millones de niños/niñas y jóvenes que sobreviven desnutridos, o adultos que revuelven la basura y duermen en la calle, y miles de pacientes que no “llegan ni a mañana” por el colapso hospitalario y el negocio de la Salud.
El tema de la “narco política” resultó otro caza-bobos: el problema no era Espert –un pequeño dealer descubierto justo en septiembre– sino la gran máquina de lavar ésa y toda la plata mundial del narco, EE.UU., al que tenemos metido hasta el hígado, junto a la policía, los bancos… etc. “Los ricos se enriquecen con la muerte y la descomposición del pueblo, el capitalismo es el problema, el sistema que hay que enfrentar a muerte”. Denunciar esto no hubiera ganado elecciones, pero es la realidad.
Campo de batalla
La empresa china, Ganfeng Lithium, desarrolla en Argentina su negocio de explotación y producción de litio para la industria global de baterías eléctricas en el Triángulo del Litio (Salta y Jujuy en territorio argentino). En ese, más otros cuantiosos acuerdos chino-argentinos pone la lupa Trump, y el Pentágono, como las represas en la Patagonia o los acuerdos bilaterales, científicos y tecnológicos, en los que los “gobernadores unidos” y otras multinacionales tienen también fuertes intereses. Por eso el proceso de terminar de desplazar a China no es sencillo; Argentina es un campo de batalla más en la geopolítica global y esos conflictos escalan con velocidad. No hay que olvidarse que esos intereses se dirimen con guerra o genocidio –como en Ucrania y Gaza– o volando gasoductos para cortar el negocio de cuajo, como EE.UU. hizo en Alemania.
Es posible que tantas disputas por grandes negocios desaten crisis políticas y estallen nuevos conflictos, lo que abre la oportunidad para colar los reclamos del pueblo, desde los más pequeños –por trabajo, defensa del medio ambiente, etc.– hasta grandes luchas. En ese escenario creemos imperioso reconocer un primer problema: el enemigo son todas las grandes patronales y el estado, que aumentará la militarización interna y se va a dedicar de lleno a la represión frente a la resistencia social, con el pretexto del “narco”, del “terrorismo” o juntando ambas palabras. La masacre en Río de Janeiro es el espejo apropiado para ver los pasos de Bullrich. Por ejemplo, anticipándose a la posible resistencia anticolonial por tierras, sentaron un peligroso precedente para toda la población al incluir a las comunidades indígenas en la lista del “Registro Público de Personas y Entidades vinculadas a Actos de Terrorismo”.
Lo mismo ocurre con las reformas penales y los ataque a las libertades democráticas –que en reiteradas oportunidades denunciamos desde Bandera Roja– o el sugestivo rescate de viejas figuras de la ultraderecha, como José Ignacio Rucci, Ramón Falcón, o las decisiones de la justicia de otorgar la excarcelación de represores o miembros de la Triple A.
Rearme ideológico y político del activismo y las izquierdas
En medio de la confusión popular parece profundizarse la disociación entre el calibre de enemigos a enfrentar y las fáciles “soluciones” que se proponen. Respetuosamente, bregamos por romper con la asimilación a las reglas político-ideológicas que impuso la burguesía.
El 17 de octubre se cumplieron en Argentina 80 años desde que Perón inauguró la estafa de la “armonía entre el capital y el trabajo”; luego, en los ´90 se impuso que la democracia capitalista era el único régimen posible e irrumpió el supremo verso Vaticano de “humanizar” al capitalismo. Pasaron varias generaciones y los mitos se siguieron reproduciendo. Esa conciencia es parte de lo que, a nuestro entender, hay que desterrar, construyendo organización política y poder popular para enfrentar y derrotar a las patronales, no para intentar convivir con ellas “por izquierda”. El capitalismo de hoy no lo permite, se quita el ropaje democrático y muestra un presente de horror y barbarie, eso es lo que hay que denunciar, para llamar a enfrentarlo de manera abierta y transparente de cara a las masas.
Su fortaleza no es la derecha, sino el monopolio de la violencia, el estado, y su dominio ideológico que nadie le disputa. Más aún, ni siquiera se lo cuestiona. Hay que prepararse para ello, y dar pasos para revertir la relación de fuerzas ya muy desfavorable.
Bregamos por reagruparnos explícitamente alrededor de estos claros objetivos al tiempo de fortalecer las luchas parciales de los sectores populares. Esta perspectiva se muestra difícil porque verdaderamente lo es –por cuestiones que ofrecemos debatir en otros espacios [ver pág. 3]– pero la opción de “regenerar” al capitalismo se confirma como utopía, reaccionaria y suicida para las amplias mayorías.